Clint Eastwood representa, en el cine, al libertario norteamericano. Su mirada amargada acerca de cualquier forma de gobierno organizado, e inevitablemente burocrático, se ve acompañada de su evidente desconfianza respecto a la naturaleza de los lazos familiares. Eastwood no se fía de nadie y, en realidad, gran parte de su vida como actor disparando contra “los malos”.
Como se ha podido ver en varias de sus películas, Eastwood desprecia también en gran medida las religiones organizadas. Pero Eastwood, tantas veces vencedor en mil reyertas cinematográficas, no es diferente de cualquier otro y es un hecho que se aproxima el final de su vida. Pero siendo contrario a la religión organizada, con unas jerarquías a las que obedecer, Eastwood no deja de creer en que hay algo “más allá” y se apunta a cierta forma de “New Age”.
“Más allá de la vida” no es una mala película. Pero su mensaje es mucho más modesto de lo que parece y, desde luego, es presentado de forma reiterativa. La película, de hecho, bajaría bastantes escalones con la mera ausencia de Matt Damon. Las diferentes historias que se presentan en la película acaban, como en toda película de mensaje “progre”, cruzándose. Y Eastwood, además, las cruza de forma bastante poco respetuosa con el espectador: con un Deus ex machina en toda regla. Y como decía, la película nos quiere enfrentar a los sentimientos de la melancolía o la soledad de una forma tramposa. No hacen falta media docena de escenas para saber que un niño echa de menos a su hermano ausente. Se trata de un exceso que, por ejemplo, se ve en las películas de Mel Gibson: en las que se presenta a los malos como seres rayanos en lo demoníaco, cejijuntos, de ojos desorbitados y frenesí criminal mientras que los buenos tienen cara de vivir en la más absoluta inocencia. No están bien los excesos.
La teoría que presenta la película, que en absoluto es de ciencia ficción como alguno podría pensar, es que debe haber algo después de la muerte. Y eso es algo reconfortante para Eastwood. Algo que cumple una función que cualquiera puede imaginar. Porque Eastwood parece ya no tener suficiente consuelo en mirar, estremecido, al pasado y prefiere ya ir ordenando sus asuntos por lo que pudiera pasar. Y para eso orquesta un filme en el que se presenta como algo respetable un argumento como el que sigue: “muchas personas cerca de la muerte han visto una luz y eso no puede ser casualidad”. Un “argumento”, como se ve, que llevaría a considerar correcta cuanta chaladura más o menos extendida podamos imaginar: desde los OVNI a los bulos sobre judíos o chinos. Una historia, una teoría, pues, simplemente ridícula o, si se quiere, netamente religiosa.
Sin embargo Eastwood, en la línea de “Million Dollar Baby”, no duda en huir de la oposición entre Estado y familia: tan del gusto de los meapilas patrios. En realidad tanto el Estado como la familia pueden ser una farsa colosal, una trampa mortal que se traga a las personas y las despoja de dignidad. Igualmente, no duda Eastwood en dar un retrato sin piedad acerca de algunos tipos sociales bastante habituales, en ocasiones ensalzados, que son despreciables: el de las personas superficiales o promiscuas. Estamos ante todo un conservador. Un conservador que, pese a sus reiteraciones, no deja de transmitir grandes inquietudes y, sobre todo, una elevada dosis de descreimiento.
En definitiva: “Más allá de la vida” tiene un mensaje ridículo pero unos personajes y situaciones que conmueven y divierten. Yo la recomiendo. Lo que sí no recomiendo es tomarse en serio lo que dice y acabar leyendo... a Paulo Coelho.
"Entonces la ley está loca" Harry Callahan
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