domingo, 2 de mayo de 2010

The Wire: el Estado y sus rendijas

The Wire es una serie que abarca cinco temporadas de alrededor de doce capítulos cada una. Su historia no podría ser más ambiciosa: la vida y la muerte en la ciudad norteamericana de Baltimore. A lo largo de sus temporadas vemos desfilar por "The Wire" multitud de personajes. Muchos se preguntan: "quién es el protagonista". Y la respuesta no puede ser otra que el protagonista de esta serie es, sin lugar a mayores dudas, "el Estado".


Stringer Bell, uno de los personajes de The Wire y lugarteniente del imperio criminal que en las primeras temporadas controla el tráfico de drogas en Baltimore Oeste, afirma en un capítulo: "En este negocio lo hacemos mal y ganamos más. El gobierno lo hace mejor y no significa absolutamente nada. Esta mierda es para siempre". Y es que la serie arranca presentándonos unas instituciones del orden que se muestran completamente indiferentes respecto a los crímenes de los barrios bajos de Baltimore. De hecho es peor: ni FBI, ni DEA, ni la fiscalía ni la policía de Baltimore sabe siquiera quién dirige el tráfico de drogas en Baltimore. Es más: se nos presentan unos organismos federales, atiborrados de medios, que abandonan la investigación del narcotráfico para fijarse completamente en la "lucha contra el terrorismo" y unos organismos locales que, sin medios, son más bien un instrumento en manos de los políticos de Baltimore. Se nos presenta, en definitiva, una lucha contra las drogas completamente perdida. El agente de narcóticos Ellis Carver sentencia: "A esto no se le puede llamar guerra: las guerras acaban".


The Wire participa de un crudo realismo en el que en ningún momento se tira por la senda del un cinismo extremo o la eficiencia autómata con que se reflejan las labores policiales en otras series. O lo que es lo mismo: en The Wire vemos algunos policías corruptos, pero no se desdibuja la línea entre policías y criminales. Muchos policías quieren hacer su trabajo pero muchos son incapaces de realizar su labor, se empeñan en ver a los habitantes de los barrios bajos como enemigos o sienten odio por sus compañeros más capacitados. Por supuesto este perfil de policías está presente sobre todo en los mandos policiales: con la sola excepción de cierto comandante de policía que en la tercera temporada intentará acabar con la violencia siguiendo métodos efectivos y por supuesto políticamente incorrectos. Durante las primeras temporadas parece que los mandos policiales son inoperantes por pura mediocridad y se fijan en las estadísticas de resolución de casos como obsesos pero en las siguientes temporadas se destaca claramente que todo eso es culpa de la política local: con concejales y alcaldes necesitados de mostrar estadísticas a la prensa. Qué ocurra o deje de ocurrir en los barrios no importa porque en la práctica se han dado por perdidos para ser sólo recordados demagógicamente en cada proceso electoral.


La serie plantea, por tanto, que los individuos actúan limitados por la máquina burocrática o la presión del guetto pero que, en último término, hasta las más pequeñas decisiones de esos individuos pueden alterar toda la situación. El individuo no es libre de actuar pero sus decisiones pueden marcar el destino de muchos: no está exento de su culpabilidad. Y como aparente rebelión frente a las reglas del guetto, que tanto distan de las de los barrios ricos, surge uno de los personajes más inolvidables de The Wire: Omar Little. Una especie de Robin Hood del guetto que, acompañado de una gran escopeta, se recorre los barrios bajos de Baltimore atracando a los narcotraficantes y regalando luego las drogas a los yonkis del lugar. Para Omar "todo es parte del juego", todo es un negocio. Paradigma de lo imprevisible allí donde las leyes no están escritas, este bandido con terribles cicatrices, homosexual y de habla distinguida impone su ley allí donde pisa: yendo a sus atracos silbando siempre una misma melodía que pone en fuga a cuanto pandillero la escucha. El grado de éxito de sus robos hace parecer inverosímil su supervivencia. Él mismo, ante la pregunta de por qué sigue vivo, responde: "Supongo que se me da bien". Ante la acusación de que saca beneficio del "negocio de la droga y el drama social que representa", formulada por un abogado de los narcotraficantes, Omar responderá, magistral: "Igual que usted ... Yo tengo la escopeta, usted tiene su maletín. Es todo parte del juego, ¿vale?". Con el paso de las temporadas la leyenda de Omar crece y cuando la serie termina puede afirmarse que, para el mundo del guetto de Baltimore, ya ha adquirido la categoría de mito.


Los pandilleros del guetto se nos presentan, además, generalmente como personas inteligentes. Es muy habitual a lo largo de la serie escuchar la sentencia "No vale para la esquina". Esquinas que constituyen el motivo de orgullo, el territorio, para tal o cual grupo de amigos, de cómplices. Sobre este hecho The Wire plantea en varias temporadas el conflicto entre dos clases de mentalidades criminales: quienes sólo piensan en el dinero y quienes sólo piensan en el territorio. Personajes como el mencionado Stringer Bell, que acude a clases de macroeconomía en las primeras temporadas, carecen de escrúpulos pero consideran que todo el terror que siembran en la calle tiene por objeto el negocio, sólo el negocio: sólo importa ganar un buen dinero. Así, Bell descubrirá a sus subordinados pandilleros que lo importante es hacerse con el mejor producto, la mejor droga, y renunciar al territorio que sea preciso para conseguirla: "Mitad de territorio, doble de beneficios". Esto parece una buena fórmula salvo para quienes están en el negocio porque en la esquina tienen a sus amigos y en la banda su lealtad, su familia. En la serie, en todo caso, se demostrará el completo error de renunciar a la autoridad "en las esquinas" a cambio de más dinero. El único sostén de una organización criminal, como Estado en miniatura que es, es la fuerza y sin recurrir a ella de forma habitual dicha organización no puede funcionar, no puede existir. No importa la justicia de los actos, aunque haya límites, no importa la verdad, aunque se castigue a algunos mentirosos. Lo importante es, ante todo, el poder. Otro lugarteniente del narcotráfico, Slim Charles, lo resume perfectamente: "No importa quién le hizo qué a quién a estas alturas. Lo único que importa es que estamos en guerra y no hay marcha atrás. Quiero decir: es lo que es la guerra, ¿no? Si la ganas: ¡la ganas! Y si luchamos por una mentira, luchamos por una mentira: pero tenemos que luchar".


Y por supuesto en el guetto hay criminales pero también los hay en los altos edificios del centro financiero y político de Baltimore. Ellos aparentemente son intocables, reciben su parte del crimen de los bajos fondos y perseguir sus actividades les ha costado a buenos policías el verse excluídos de su trabajo. Como también le cuesta su trabajo a buenos periodistas, como se muestra en la última temporada de la serie, el intentar detener la maquinaria de la invención y la falsedad periodísticas: lo que vende, vende, y no importa que sea cierto. Ninguna buena acción queda sin castigo.


En el Baltimore de The Wire, seguramente muy cercano al real, el bien o la justicia suele ser el resultado casual de las malas acciones de unos y la voluntad de alcanzarla de unos pocos. No basta con ser buenos sino tener los contactos adecuados. El bien de Baltimore o la resolución de un crimen atroz puede depender de que un policía aburrido sea yerno de un jefe de distrito policial. Hasta el más grande de los criminales puede caer por la bala disparada por un niño. La simplicidad de un ex-policía puede llevar lo mismo a estar sobre la pista de los criminales como a que éstos estén sobre la pista de quienes les investigan. Todo este cúmulo de casualidades, nos alejan, como decía, del prototipo de las series policíacas de "agentes autómatas" y aplicación incuestionada de las leyes. Y como ejemplo de todo eso nadie mejor que el agente McNulty. Si The Wire tuviese un centro podría decirse que McNulty es su personaje central: un tipo en proceso de separación, padre de dos hijos, dipsomaníaco, mujeriego, con problemas con la autoridad... McNulty, de hecho, está muy cercano a ser una especie de psicótico pero sin embargo es uno de los mejores inspectores de homicidios de Baltimore y, debido a su alto concepto de sí mismo, el único que tiene un sincero interés por resolver los casos de la forma debida. McNulty, en definitiva, es una especie de apostol del caos y sólo introduciendo un poco de caos puede vencerse a la mastodóntica burocracia y las tramas de la política local que la manejan. McNulty, en definitiva, es un héroe y un miserable. ¿Quién pensaba que semejante combinación no era posible?


Otro personaje destacable es el Thomas Carcetti: una suerte de "obama blanco" para Baltimore que conseguirá engañar a todos y a sí mismo en su carrera hacia las cumbres de la política. Carcetti es un tipo que "vale para la esquina", para la esquina de los despachos y las reuniones. Allí aprenderá a convivir con la corrupción, el caos presupuestario y la ilegalidad para conseguir llegar a gobernador de Maryland, o como le llaman los pandilleros: "Murdaland" (la tierra de los asesinos). Definitivamente unas primarias (demócratas: en Baltimore no hay republicanos...) no son como gobernar: en las primeras están permitidas dosis de idealismo que siendo alcalde están prohibidas. Carcetti nos promete, nos jura, que cambiará la faz de Baltimore y con los policías inoperantes y sus estadísticas. ¿Por qué no creer en él?


En conclusión: hay muchas razones por las que ver The Wire y una de ellas, en mi humilde opinión, es que es la serie de televisión más ambiciosa de la historia. Nunca antes alguien se había propuesto, de forma tan sistemática y meticulosa, mostrarnos la vida (a todos los niveles) de una ciudad como Baltimore. Como toda buena novela, y The Wire es "literatura en imágenes", se debe hacer el esfuerzo de comenzar a ver esta serie: la adicción aparece en seguida. La vida es dura, amigos, y en The Wire no tienen problema en presentarlo "caiga quien caiga". Como decía un personaje del inmediato precedente de The Wire (The Corner): "En esta ciudad no hay nadie que trabaje más que un yonki. Los muy cabrones se levantan por la mañana sin un centavo y consiguen siempre pasta para su dosis". Crudo realismo para mentes anestesiadas o descreídas. Ni somos tan buenos ni somos tan malos, simplemente vamos a lo nuestro.


"El dinero no tiene dueño, sólo gente que lo gasta" Omar Little

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