domingo, 29 de agosto de 2010

La guerra, Kubrick y Tavernier

Hay muy poca gente que no haya visto u oído hablar de "Senderos de Gloria". Es un alegato antibélico, sí. Un alegato rotundo y, a la vez, bello. Las muertes de millares vienen determinadas por los caprichos o ambiciones de unos pocos. He ahí la clarificadora conclusión. Al final, tras una ofensiva fracasada, el general/político ha de encontrar culpables distintos de él mismo: los cobardes. Unos cobardes, además, que no son cobardes sino tres hombres escogidos por motivos de diferente orden: ninguno confesable. Cuando tales hombres son condenados Kubrick, con su genio, nos muestra su camino al lugar de su ejercución en lento, lentísimo, traveling. Cual si fuese un paso de la semana santa católica, los injustamente condenados son conducidos al lugar de su sacrificio. Entre ellos, alguno implora y pregunta por qué él y no quienes contemplan su ejercución. Al final, tras el redoble de tambores, tres hombres caen bajo las balas. Nadie es culpable, la vida continúa: la guerra continúa.

Sin embargo la visión de Kubrick acerca de la guerra es, en realidad, superficial. Kubrick contempla el absurdo de la guerra desde la posición en que es más fácil verlo: la paz. Y es en este terreno donde, por su parte, no falla Bertrand Tavernier. En "Capitán Conan", descubierta por mí casi por casualidad, se da la más desgarradora visión de la guerra que haya visto. Se observa el absurdo de la guerra no desde la paz sino desde la propia guerra. Un lugar en el que la diferencia entre el guerrero y el buen soldado no es pura semántica sino cruda, crudelísima, realidad. La guerra produce, incentiva y mejora a los peores entre los infames. Exige de ellos el valor que en la baja calaña es sinónimo de supervivencia. Y es en este contexto en el que los hijos del bienestar flaquean, unos, o se muestran valientes, otros. Sin embargo los ladrones, los homicidas y los sinvergüenzas dan lo que no les cuesta: valor. El protagonista, Conan, actúa como un autómata bajo el fuego enemigo y, ciertamente, le da exactamente igual el por qué de la lucha. Están los camaradas, el enemigo y entre ambos la guerra. Una lucha que no sirve para redimir sino, puramente, para existir.

La guerra siempre continúa, sobre todo para quien ha luchado y ha visto morir a sus camaradas. El problema es que las guerras acaban un día, a una hora, en un minuto. Y en ese mismo instante en que los sanguinarios, los valientes, pasan a convertirse en una pesada carga para quienes les liberaron. El valiente pasa a ser, de nuevo, el ladrón, el bárbaro y el homocida. Y los hombres del capitán Conan son eso y más. Ésos absolutos bárbaros no casan bien con una sociedad en paz y, en el contexto de la lucha por contener a los bolcheviques rusos tras 1918 serán de nuevo necesarios. Entre tanto se meten en mil y un líos en tanto el ejército aliado de Salónica se encuentra estacionado en Bucarest y Sofía. Los oficiales no se enteran de nada. Les sirve aplicar teóricamente un código militar aplicando mucho menos teóricas condenas. Un fraude. Un fraude de ejército que Conan no puede sino despreciar hasta lo criminal. Reclamado acerca de su conducta, y la de sus hombres, hacia las mujeres rumanas, responde: "Haber librado ellos su propia guerra si querían que no molestásemos a sus mujeres". Salvaje, hayándose preso por las consecuencias de alguna de sus correrías nocturnas, no duda en implorar a sus carceleros que le dejen, junto a los otros prisioneros, luchar contra los bolcheviques. En esa batalla, ganada con la sangre de los indisciplinados, los ladrones, los rebeldes y los asesinos, Conan acabará tan cubierto de gloria como de sangre enemiga. Y así, rabioso, se le verá cargar entre la maleza advirtiendo: "No te engañes compañero. Hay que seguir. ¡Venga compañeros! ¡Os destriparemos, carroña!". Después, fundido en negro y la realidad de la inevitable posguerra. Una posguerra en la que Conan, ya enfermo, se lamenta en su pueblo natal por no tener nadie con quien hablar. Ríanse todos de John Rambo.

Para los personajes como los sugeridos por Tavernier la guerra no es el mal sino la vida. La ausencia de guerra certifica su condena a la mediocridad y el aburrimiento. Algo tan chocante para cualquiera de nosotros como real. Hay algo en nosotros de salvaje y algo en nosotros que nos impulsa a la guerra. Sería demencial negarlo y sería trágico si lo liberásemos sin reservas. Sea de ello lo que fuere, haríamos bien en considerar a cada cosa como merece y no confundir guerra con búsqueda de la paz. Dejemos eso para la propaganda gruesa. La guerra no busca la paz sino la aniquilación del enemigo. Un objetivo que explica y garantiza el eterno retorno de la guerra. Y una vez en guerra... ¿qué importa quién sea el enemigo?




"Sólo los muertos ven el final de la guerra" Jorge Santayana.

jueves, 26 de agosto de 2010

Lecturas para el verano (I)



Aunque ya esta a punto de terminar el verano, todavía queda tiempo para disfrutar de una buena lectura. Mi recomendación en esta ocasión es LA PERLA (1947) del Premio Nobel de Literatura (1962), John Steinbeck. Para aquellos aficionados al cine les sonará este título puesto que esta novela además fue adaptada al cine por el director mexicano Emilio Fernández.

Se trata de un relato corto basado en una antigua leyenda mexicana, pero no por breve deja de ser intenso y profundo. Todo comienza cuando Coyotito, hijo de los protagonistas Kino y Juana sufre el ataque de un escorpión, y acuden para que sea curado a casa de un médico (que vive en el barrio rico de la ciudad) que por supuesto no les atiende por carecer de medios para pagar los servicios, a pesar de saber que si el niño no recibe ayuda, en breve morirá.


Kino no desiste y la fortuna (o infortunio) le hace encontrar una GRAN PERLA, la cual para él significa no sólo la salvación de Coyotito, sino una vida mejor para toda su familia. Pero en realidad esa perla lo único que conlleva son desgracias una tras otra. Este infortunio no es una especie de maldición sino que a raíz del hallazgo de Kino los sentimientos de los otros como la envidia y la ambición, se encargan de convertir la suerte en desgracia para la familia.

Al margen de esta historia, el autor aporta pinceladas del entorno, la pobreza brutal, las dificultades de los pobres (en este caso indigenas) de superar esa situación paupérrima, la corrupción de la política, el ambiente de violencia en el que vive la comunidad a la que pertenecen los protagonistas, por no hablar de las diferencias sociales, y del trato humillante al que se ven expuestos esta gente pobre y humilde.

No se trata de una obra buenista de los pobres ni mucho menos, ni se trata tampoco de una crítica hacia los ricos (ya que estos últimos aparecen solamente a lo lejos como ajenos al resto del mundo que hay a unos pocos metros de sus lujosas casas). Se trata de un retrato sencillo y realista de un mundo al que a menudo somos ajenos, pero además es un espejo del alma humana, puesto que aparecen reflejadas tanto las más bajas pasiones del hombre, como los sentimientos más nobles, como el amor. Se tratra de un lucha desigual por la supervivencia que John Steinbeck sabe reflejar no buscando la moralina ni la ñoñeria boba, sino con una prosa sencilla y delicada que hace de esta novela una verdadera joya literaria.

"Toda clase de gente empezó a interesarse por Kino —gente con cosas que vender y gente con favores que pedir—. Kino había encontrado la Perla del Mundo. La esencia de la perla se combinó con la esencia de los hombres y de la reacción precipitó un curioso residuo oscuro. Todo el mundo se sintió íntimamente ligado a la perla de Kino, y ésta entró a formar parte de los sueños, las especulaciones, los proyectos, los planes, los frutos, los deseos, las necesidades, las pasiones y los vicios de todos y de cada uno, y sólo una persona quedó al margen: Kino, con lo cual se convirtió en el enemigo común. " (La perla, 1947)


viernes, 6 de agosto de 2010

CINE PARA VER EN VERANO (II)


"No puedo enfrentarme al mundo por la mañana. Tengo que tomar un café antes de poder soltar palabra". (Tio Charlie)

Para aquellos menos inclinados por la películas de carácter histórico, otra propuesta para superar esas tardes de lluvioso verano o noches calurosas de insomnio, es LA SOMBRA DE UNA DUDA (Shadow of a Doubt, 1943).

Su director Alfred Hitchcock, preguntado por François Truffaut afirmó que esta era una de sus películas favoritas. De hecho está considerada como uno de los clásicos del cine negro y por supuesto una de las mejores de su etapa americana siendo sin embargo la de mayor sobriedad. Fue nominada al Oscar al mejor argumento encargado a Gordon McDonnell, pero finalmente el galardón fue concedido a The Human Comedy de William Saroyan.

La Sombra de una Duda constituye una de las piezas más simbólicas de esta director puesto que insiste en el engaño de las apariencias, de ahí que enmarque esta película en un tranquilo barrio residencial de Santa Rosa (California) que está corrompido por el asesinato y el engaño. De igual modo ocurre con el protagonista principal el tío Charlie (interpretado por Joseph Cotten de forma magistral)que tras esa falsa apariencia de “persona de bien” esconde un alma infectada por el odio hacia los demás. El mal que contrasta con el bien encarnado por Teresa Wright (Charlie, llamada así en honor a su tío) . Uno encarna el alma despiadada la otra la inocencia y la bondad.

El hilo argumental de la película se puede resumir en la sorprendente visita del tío Charlie a Santa Rosa, ya que su hermana se encuentra gravemente enferma. Charlie (Teresa Wright) pronto sospecha que su venerado tío esconde algo, que poco a poco va tomando forma en una descubrimiento brutal, su tío en realidad es un asesino en serie “El asesino de la viuda alegre”. Todo comienza con pruebas circunstanciales hasta que finalmente acaba descubriendo la fatal realidad. Una vez que su tío Charlie descubre que su sobrina sabe quien es , comienza un sabotaje contra su sobrina con el fin de no dejar ningún cabo suelto.

Alfred Hitchcock en esta película hace una profunda reflexión sobre el mundo de las apariencias, sobre la falsedad del mundo burgués, y sobre todo de la oscuridad y la maldad que se puede esconder en lo más profundo del alma de un hombre común. El asesino puede estar entre nosotros.