jueves, 20 de mayo de 2010

The Pacific

El lunes llegó a su fin una de las series más esperadas de los últimos tiempos: "The Pacific". Esta serie, que es la más cara de la historia, constituye una mezcla de tragedia y género bélico que a muchos ha decepcionado por diversas razones.

"The Pacific" fue llevada a cabo por los mismos que hicieron "Band of brothers" y se hizo mucha publicidad de esto. Esto resulta problemático porque respecto a aquella serie hubo un cambio que resta importancia a que la serie fuese obra del mismo equipo: el de la base sobre la que se realizaron los guiones. La serie de 2001 fue realizada fundamentalmente sobre las novelas de Stephen Ambrose acerca de la Segunda Guerra Mundial (Ambrose, quien murió en 2002, de hecho participó en la elaboración de los guiones de "Band of brothers") por lo que los trabajos se realizaron en una línea muy clara. Clara, además, en la medida en que Ambrose evidentemente escribía como narrador y no como protagonista. Por contra, la base fundamental sobre la que se elaboraron los guiones de "The Pacific" son las autobiografías de dos marines (Robert Leckie y Eugene Sledge) a la que se añaden otras historias (como la de John Basilone). El resultado de esta diferencia es que lo que en una eran claridad y familiaridad en la otra se convirtió aparentemente en un permanente desfile de desconocidos. Algo que por fuerza hace perder relevancia y tensión a las diversas batallas que se van mostrando a lo largo de la serie. Puesto que en "Band of brothers" se hacía sentir realmente la pérdida de los personajes. En la serie de 2001 toda la historia giraba alrededor de los miembros de la Compañía Easy, que estaban casi toda la serie en un mismo tiempo y espacio, que simplemente se iban turnando como "narradores" y protagonistas principales de cada episodio. En cambio, en "The Pacific" se nos presentan sucesivos grupos de protagonistas (algunos desconocidos entre sí durante toda la serie) de distintas unidades y que salvo en cuatro capítulos no están en el mismo lugar. Y por esto no extrañará decir que en "The Pacific" los capítulos "más bélicos", justo al contrario que en "Band of brothers" se nos antojen más bien regulares. ¿A qué se puede deber esto?

Los dos primeros capítulos, sobre la batalla de Guadalcanal, son aceptables y tienen algún momento que pone la carne de gallina (cuando John Basilone coordina y protagoniza la defensa, al final casi en solitario, de varios puestos de ametralladoras que están siendo simultáneamente asaltados por centenares de japoneses). Luego, el tercer capítulo, que es uno de los que no tienen escenas de batalla, es francamente bueno: en el que se nos muestra la vida ociosa de unos soldados que han pasado por el infierno de Guadalcanal en una ciudad amiga como Melbourne. Los inevitables romances que se dan no son tópicos ni se cae en la pura vulgaridad en la que semejantes historias a veces se plantean. Sin embargo a partir del cuarto capítulo algo parece torcerse. Las historias de los principales protagonistas hasta ese momento se separan y en todos los capítulos siguientes (con la excepción de los dos últimos) se dan cambios muy bruscos y muy relevantes. Se dedican nada menos que tres capítulos a la batalla de Peleliu y en esta desaparecen (Robert Leckie y otros; algunos sin demasiadas explicaciones) varios personajes que en los primeros capítulos eran protagonistas mientras aparecen otros nuevos. Algunos de esos nuevos personajes como el sargento de instrucción veterano de la primera guerra mundial o el ratero de Nueva Orleans metido a marine están bien, pero la mayoría, incluído el nuevo protagonista central de la historia (Eugene Sledge), rayan la irrelevancia (no ayuda el horroroso doblaje castellano en esto: por supuesto esta serie, como la por ahora soberbia Treme, debe verse en V.O). Para el recuerdo, sin embargo, queda una escena en que en plena "batalla de ratas" contra los japoneses los marines reciben la noticia de la muerte de uno de sus oficiales (un tipo muy querido y respetado) y el cadáver de éste pasa entre ellos parándose ante él, algunos llorando, para saludarle militarmente. Luego de esto, el antepenúltimo capítulo se centra de nuevo en John Basilone (que había vuelto a EEUU en el tercer capítulo para vender bonos de guerra), su vida personal y su participación en Iwo Jima. En mi opinión esta digresión le resta cohesión a la serie pues en un solo capítulo se nos presentan muchos personajes nuevos sin que esto tenga mucho provecho pues la velocidad a la que se desarrollan los acontecimientos hace que las (espectaculares) escenas de batalla en Iwo Jima sean, con diferencia, las que menos impacto tienen de toda la serie puesto que sólo sabemos quién es Basilone: el resto ni nos van ni nos vienen. La historia de amor que se plantea al principio del episodio, además, es, a diferencia de la protagonizada por Leckie en el tercer capítulo, un compendio de topicazos sumamente predecibles (por cierto: deberían mirarse los del casting de series esa costumbre suya de contratar para papeles de época a mujeres con rostros tan llamativamente "modificados" por el bisturí y el botox). En los dos últimos capítulos se dan dos buenos episodios. El penúltimo nos da una imagen negra, negrísima, de la batalla de Okinawa: donde es escasísima la diferencia que media entre seguir con vida o morir y son dramáticas las consecuencias de las más pequeñas acciones (este capítulo contiene alguna de las escenas más salvajes que haya visto en mi vida: no apto para personas sensibles). El último episodio presenta algo que no se había mostrado en "Band of brothers": el enfrentamiento con la realidad de la vida civil. Tanto en este, como el ya mencionado capítulo tercero, se ve a la serie subir a grandes alturas. Porque en estos capítulos se reflejan las relaciones humanas desde una perspectiva muy realista y sincera: tanto las juergas alcohólicas como un simple viaje en tren con unos amigos se presentan muy bien, sin estridencias, y siendo así resulta muy fácil verse reflejado en ellas. Así, por ejemplo, en el tren de regreso al hogar, uno de los protagonistas, cuya unidad se había quedado rezagada limpiando el campo de combate de Okinawa, dice: "nosotros volvemos en 1946 y no nos dan ni una cerveza gratis". Se transmite muy bien, en definitiva, el espíritu de la juventud y, al final, el terrible precio que se cobra sobre ella la guerra. Porque, sin ir más lejos, en el primer capítulo de la serie los reclutas afirmaban estar preparados para matar a miles de japoneses pero ya en el tercero, tras la matanza de Guadalcanal, los mismos escuchan sin interés a los niños australianos que les preguntan a cuántos japos habían matado.

Es tan diferente "The Pacific" respecto a "Band of brothers" que su comparación resulta, siendo justos, imposible. Una diferencia que sólo puede ser deliberada. "Band of brothers" era un "Objetivo Birmania" (una película, por cierto, simplemente excepcional) de nueve-diez horas de duración en que el grupo de compañeros lo es todo mientras que "The Pacific" aspira a contar otras cosas y en el que la épica se vende muy cara e, incluso, se relega a un plano secundario. A cada uno agradará más el enfoque de una u otra, simplemente. Como serie bélica, entonces, "The Pacific" deja mucho que desear mientras que como serie dramática es superior a "Band of brothers" y toca muchos más palos. Una mayor profundidad que curiosamente también distinguió a "La delgada línea roja" respecto a "Salvar al soldado Ryan" (película respecto a la cual "Band of brothers" se puede calificar como "prolongación seria"). Qué decir de la mediocre doble aproximación de Clint Eastwood al tema de Iwo Jima. Puede que una explicación para estas diferencias radique en la naturaleza del enemigo contra el que se combatía en el Pacífico.

El carácter del soldado japonés, así como la determinación de sus mandos y táctica acabaron obligando a los norteamericanos a un tipo de lucha basado en la búsqueda y exterminio del enemigo: un tipo de guerra especialmente desmoralizador y para el que el ejército de ciudadanos de una democracia, como se mostraría  luego en Vietnam, simplemente no está preparado. Esta lucha conmocionó a una generación de norteamericanos a un nivel superior que otras carnicerías (menos intensas aunque mucho mayores) como las que sufrieron los aliados en la liberación de Europa. Puede que esto simplemente se haya trasladado al cine. Puede que combatir a un enemigo fanático en un espacio muy reducido traumatice mucho más que luchar en campo abierto contra un enemigo que considera honrosa una rendición a tiempo. Puede que, en fin, por eso en el último caso se pueda hacer épica y en el otro más bien tragedia. Y en el género trágico debe encuadrarse "The Pacific" y no en el de hazañas bélicas. Una vez que se acepta eso se puede decir, creo que sin lugar a demasiadas dudas, que "The Pacific" es una muy recomendable pieza de arte en la que el protagonista, por encima de todo, es el hombre y no la guerra.


"Su espada el audaz desenvaina sin temor y se bate por su patria con honor" Robert Leckie.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Solomon Burke. Un gran desconocido


Solomon Burke es para el gran público un gran desconocido, y reconozco que para mí hasta hace unos meses también lo era. A pesar de ser pionero del soul y el country, y autor de muchos de los temas más emblemáticos de la historia de la música, apreciado por los círculos artísticos y la crítica, no llegó nunca ha tener el reconocimiento de otros grandes como es el caso de Sam Cooke u Otis Redding.

Tuvo una vida prolífica y azarosa, siendo predicador, luego conductor de un show de gospel radiofónico, hasta que al final decidió dedicarse por entero a la música de carácter más secular, teniendo su gran oportunidad en la década de los 60 firmando un contrato musical con Atlantic Records, Su primer éxito fue "Just Out Of Reach Of My Open Arms".


De todos modos a pesar de tener una larga discografía los temas más reconocibles o conocidos son la famosa canción “Cry to me” que aparece en la película de Dirty Dancing, o su popular "Everybody Needs Somebody To Love” escrita y grabada por Solomon Burke en 1964 y que fue versionada por Wilson Pickett para la banda sonora de The Blues Brothers.


Más actualmente algunos de sus temas aparecen en series de renombre y éxito como The Wire.

A pesar de una carrera en los 60 y 70 plagada de éxitos, la fama no le acompañó y cayó en el olvido hasta que en 2002 publica Don't Give Up On Me, donde interpreta temas de artistas como Bob Dylan, Brian Wilson o Van Morrison.


Esta azarosa vida de trabajo dedicada a la música también se traslada a todos los ámbitos de su vida ya que Burke es padre de 21 hijos, tiene 84 nietos y 17 biznietos. Algunos de sus hijos y nietos se dedican profesionalmente en diferentes campos de la industria musical, aunque ninguno ha conseguido su renombre.

Su último trabajo hasta el momento lo ha publicado en septiembre de 2006, donde Solomon Burke vuelve al country con la publicación de un álbum de 14 canciones bajo el nombre de "Nashville" con artistas invitadas como Dolly Parton o Gillian Welch.
Aquí os dejo una perla...sin duda...

martes, 11 de mayo de 2010

domingo, 2 de mayo de 2010

The Wire: el Estado y sus rendijas

The Wire es una serie que abarca cinco temporadas de alrededor de doce capítulos cada una. Su historia no podría ser más ambiciosa: la vida y la muerte en la ciudad norteamericana de Baltimore. A lo largo de sus temporadas vemos desfilar por "The Wire" multitud de personajes. Muchos se preguntan: "quién es el protagonista". Y la respuesta no puede ser otra que el protagonista de esta serie es, sin lugar a mayores dudas, "el Estado".


Stringer Bell, uno de los personajes de The Wire y lugarteniente del imperio criminal que en las primeras temporadas controla el tráfico de drogas en Baltimore Oeste, afirma en un capítulo: "En este negocio lo hacemos mal y ganamos más. El gobierno lo hace mejor y no significa absolutamente nada. Esta mierda es para siempre". Y es que la serie arranca presentándonos unas instituciones del orden que se muestran completamente indiferentes respecto a los crímenes de los barrios bajos de Baltimore. De hecho es peor: ni FBI, ni DEA, ni la fiscalía ni la policía de Baltimore sabe siquiera quién dirige el tráfico de drogas en Baltimore. Es más: se nos presentan unos organismos federales, atiborrados de medios, que abandonan la investigación del narcotráfico para fijarse completamente en la "lucha contra el terrorismo" y unos organismos locales que, sin medios, son más bien un instrumento en manos de los políticos de Baltimore. Se nos presenta, en definitiva, una lucha contra las drogas completamente perdida. El agente de narcóticos Ellis Carver sentencia: "A esto no se le puede llamar guerra: las guerras acaban".


The Wire participa de un crudo realismo en el que en ningún momento se tira por la senda del un cinismo extremo o la eficiencia autómata con que se reflejan las labores policiales en otras series. O lo que es lo mismo: en The Wire vemos algunos policías corruptos, pero no se desdibuja la línea entre policías y criminales. Muchos policías quieren hacer su trabajo pero muchos son incapaces de realizar su labor, se empeñan en ver a los habitantes de los barrios bajos como enemigos o sienten odio por sus compañeros más capacitados. Por supuesto este perfil de policías está presente sobre todo en los mandos policiales: con la sola excepción de cierto comandante de policía que en la tercera temporada intentará acabar con la violencia siguiendo métodos efectivos y por supuesto políticamente incorrectos. Durante las primeras temporadas parece que los mandos policiales son inoperantes por pura mediocridad y se fijan en las estadísticas de resolución de casos como obsesos pero en las siguientes temporadas se destaca claramente que todo eso es culpa de la política local: con concejales y alcaldes necesitados de mostrar estadísticas a la prensa. Qué ocurra o deje de ocurrir en los barrios no importa porque en la práctica se han dado por perdidos para ser sólo recordados demagógicamente en cada proceso electoral.


La serie plantea, por tanto, que los individuos actúan limitados por la máquina burocrática o la presión del guetto pero que, en último término, hasta las más pequeñas decisiones de esos individuos pueden alterar toda la situación. El individuo no es libre de actuar pero sus decisiones pueden marcar el destino de muchos: no está exento de su culpabilidad. Y como aparente rebelión frente a las reglas del guetto, que tanto distan de las de los barrios ricos, surge uno de los personajes más inolvidables de The Wire: Omar Little. Una especie de Robin Hood del guetto que, acompañado de una gran escopeta, se recorre los barrios bajos de Baltimore atracando a los narcotraficantes y regalando luego las drogas a los yonkis del lugar. Para Omar "todo es parte del juego", todo es un negocio. Paradigma de lo imprevisible allí donde las leyes no están escritas, este bandido con terribles cicatrices, homosexual y de habla distinguida impone su ley allí donde pisa: yendo a sus atracos silbando siempre una misma melodía que pone en fuga a cuanto pandillero la escucha. El grado de éxito de sus robos hace parecer inverosímil su supervivencia. Él mismo, ante la pregunta de por qué sigue vivo, responde: "Supongo que se me da bien". Ante la acusación de que saca beneficio del "negocio de la droga y el drama social que representa", formulada por un abogado de los narcotraficantes, Omar responderá, magistral: "Igual que usted ... Yo tengo la escopeta, usted tiene su maletín. Es todo parte del juego, ¿vale?". Con el paso de las temporadas la leyenda de Omar crece y cuando la serie termina puede afirmarse que, para el mundo del guetto de Baltimore, ya ha adquirido la categoría de mito.


Los pandilleros del guetto se nos presentan, además, generalmente como personas inteligentes. Es muy habitual a lo largo de la serie escuchar la sentencia "No vale para la esquina". Esquinas que constituyen el motivo de orgullo, el territorio, para tal o cual grupo de amigos, de cómplices. Sobre este hecho The Wire plantea en varias temporadas el conflicto entre dos clases de mentalidades criminales: quienes sólo piensan en el dinero y quienes sólo piensan en el territorio. Personajes como el mencionado Stringer Bell, que acude a clases de macroeconomía en las primeras temporadas, carecen de escrúpulos pero consideran que todo el terror que siembran en la calle tiene por objeto el negocio, sólo el negocio: sólo importa ganar un buen dinero. Así, Bell descubrirá a sus subordinados pandilleros que lo importante es hacerse con el mejor producto, la mejor droga, y renunciar al territorio que sea preciso para conseguirla: "Mitad de territorio, doble de beneficios". Esto parece una buena fórmula salvo para quienes están en el negocio porque en la esquina tienen a sus amigos y en la banda su lealtad, su familia. En la serie, en todo caso, se demostrará el completo error de renunciar a la autoridad "en las esquinas" a cambio de más dinero. El único sostén de una organización criminal, como Estado en miniatura que es, es la fuerza y sin recurrir a ella de forma habitual dicha organización no puede funcionar, no puede existir. No importa la justicia de los actos, aunque haya límites, no importa la verdad, aunque se castigue a algunos mentirosos. Lo importante es, ante todo, el poder. Otro lugarteniente del narcotráfico, Slim Charles, lo resume perfectamente: "No importa quién le hizo qué a quién a estas alturas. Lo único que importa es que estamos en guerra y no hay marcha atrás. Quiero decir: es lo que es la guerra, ¿no? Si la ganas: ¡la ganas! Y si luchamos por una mentira, luchamos por una mentira: pero tenemos que luchar".


Y por supuesto en el guetto hay criminales pero también los hay en los altos edificios del centro financiero y político de Baltimore. Ellos aparentemente son intocables, reciben su parte del crimen de los bajos fondos y perseguir sus actividades les ha costado a buenos policías el verse excluídos de su trabajo. Como también le cuesta su trabajo a buenos periodistas, como se muestra en la última temporada de la serie, el intentar detener la maquinaria de la invención y la falsedad periodísticas: lo que vende, vende, y no importa que sea cierto. Ninguna buena acción queda sin castigo.


En el Baltimore de The Wire, seguramente muy cercano al real, el bien o la justicia suele ser el resultado casual de las malas acciones de unos y la voluntad de alcanzarla de unos pocos. No basta con ser buenos sino tener los contactos adecuados. El bien de Baltimore o la resolución de un crimen atroz puede depender de que un policía aburrido sea yerno de un jefe de distrito policial. Hasta el más grande de los criminales puede caer por la bala disparada por un niño. La simplicidad de un ex-policía puede llevar lo mismo a estar sobre la pista de los criminales como a que éstos estén sobre la pista de quienes les investigan. Todo este cúmulo de casualidades, nos alejan, como decía, del prototipo de las series policíacas de "agentes autómatas" y aplicación incuestionada de las leyes. Y como ejemplo de todo eso nadie mejor que el agente McNulty. Si The Wire tuviese un centro podría decirse que McNulty es su personaje central: un tipo en proceso de separación, padre de dos hijos, dipsomaníaco, mujeriego, con problemas con la autoridad... McNulty, de hecho, está muy cercano a ser una especie de psicótico pero sin embargo es uno de los mejores inspectores de homicidios de Baltimore y, debido a su alto concepto de sí mismo, el único que tiene un sincero interés por resolver los casos de la forma debida. McNulty, en definitiva, es una especie de apostol del caos y sólo introduciendo un poco de caos puede vencerse a la mastodóntica burocracia y las tramas de la política local que la manejan. McNulty, en definitiva, es un héroe y un miserable. ¿Quién pensaba que semejante combinación no era posible?


Otro personaje destacable es el Thomas Carcetti: una suerte de "obama blanco" para Baltimore que conseguirá engañar a todos y a sí mismo en su carrera hacia las cumbres de la política. Carcetti es un tipo que "vale para la esquina", para la esquina de los despachos y las reuniones. Allí aprenderá a convivir con la corrupción, el caos presupuestario y la ilegalidad para conseguir llegar a gobernador de Maryland, o como le llaman los pandilleros: "Murdaland" (la tierra de los asesinos). Definitivamente unas primarias (demócratas: en Baltimore no hay republicanos...) no son como gobernar: en las primeras están permitidas dosis de idealismo que siendo alcalde están prohibidas. Carcetti nos promete, nos jura, que cambiará la faz de Baltimore y con los policías inoperantes y sus estadísticas. ¿Por qué no creer en él?


En conclusión: hay muchas razones por las que ver The Wire y una de ellas, en mi humilde opinión, es que es la serie de televisión más ambiciosa de la historia. Nunca antes alguien se había propuesto, de forma tan sistemática y meticulosa, mostrarnos la vida (a todos los niveles) de una ciudad como Baltimore. Como toda buena novela, y The Wire es "literatura en imágenes", se debe hacer el esfuerzo de comenzar a ver esta serie: la adicción aparece en seguida. La vida es dura, amigos, y en The Wire no tienen problema en presentarlo "caiga quien caiga". Como decía un personaje del inmediato precedente de The Wire (The Corner): "En esta ciudad no hay nadie que trabaje más que un yonki. Los muy cabrones se levantan por la mañana sin un centavo y consiguen siempre pasta para su dosis". Crudo realismo para mentes anestesiadas o descreídas. Ni somos tan buenos ni somos tan malos, simplemente vamos a lo nuestro.


"El dinero no tiene dueño, sólo gente que lo gasta" Omar Little