[…]
Habló tan seriamente que los
otros sintieron que sus risas desentonaban.
-
Y usted,
¿por qué no pide las tres cosas? – preguntó Herbert White.
El sargento lo
miró con tolerancia.
-
Las he
pedido – dijo, y su rostro curtido
palideció.
-
¿Realmente
se cumplieron los tres deseos? – preguntó la señora White.
-
Se
cumplieron - dijo el sargento.
-
¿Y nadie
más pidió? – insistió la señora.
-
Sí, un
hombre. No sé cuales fueron las dos primeras cosas que pidió; la tercera, fue
la muerte. Por eso entré en posesión de la pata de mono-.
Habló con
tanta gravedad que produjo silencio.
-
Morris, si
obtuvo sus tres deseos, ya no le sirve el talismán - dijo, finalmente, el
señor White - ¿Para qué lo guarda?-
El sargento
sacudió la cabeza:
-
Probablemente
he tenido, alguna vez, la ida de venderlo; pero creo que no lo haré. Ya ha
causado bastantes desgracias. Además le gente no quiere comprarlo. Algunos
sospechan que es un cuento de hadas; otros quieren probarlo primero y pagarme
después- .
-
Y si a usted
de le concedieran tres deseos más-
dijo el señor White-, ¿los pediría?-
-
No sé -
contestó el otro- No sé- .
Tomó la pata
de mono, la agitó entre le pulgar y el índice y la tiró al fuego. White la
recogió.
-
Mejor que
se queme- dijo con solemnidad el sargento.
-
Si usted
no la quiere, Morris démela-.
-
No quiero
–respondió terminantemente-. La tiré al
fuego; si la guarda, no me eche las culpas de lo que pueda suceder. Sea
razonable, tírela-.
[…]
El señor White
guardón en el bolsillo la pata de mono. Invitó a Morris a sentarse en la mesa.
Durante la comida el talismán fue, en cierto modo olvidado. Atraídos,
escucharon nuevos relatos de la vida del sargento en la India.
-
Sí en el
cuento de la pata de mono hay tanto verdad como en los otros- dijo Herbert
cuando el forastero cerró la puerta y se alejó con prisa, para alcanzar el
último tren-, no conseguiremos gran
cosa-.
-
¿Le diste
algo?- preguntó la señora mirando atentamente a su marido.
-
Una
bagatela- contestó el señor White, ruborizándose levemente,- No quería
aceptarlo, pero lo obligué. Insistió en que tirara el talismán-.
-
Sin duda –
dijo Herbert, con fingido horror-, seremos
felices, ricos y famosos. Para empezar tienes que pedir un imperio, así no
estarás dominado por tu mujer-.
El señor White
sacó del bolsillo el talismán y lo examinó perplejamente.
-
No se me
ocurre nada para pedirle- dijo con lentitud- Me parece que tengo todo lo que deseo-.
-
Si pagaras
la hipoteca de la casa sería feliz, ¿No es cierto?-
El padre
sonrió avergonzado de su propia credulidad y levantó el talismán; Herbert puso
cara solemne, hizo un guiño a su madre y tocó en le piano unos acordes graves.
-
Quiero
doscientas libras- pronunció el señor White.
Un gran estrépito del piano contestó a sus palabras.
El señor White dio un grito . Su mujer y su hijo corrieron hacia él.
-
Se movió-
dijo mirando con desagrado el objeto y lo dejó caer-, se retorció en mi mano, como una víbora-.
Extracto del relato La Pata de Mono. (W.W. Jacobs).
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