martes, 14 de agosto de 2012

Apuntes de Verano (III)



[…]

Habló tan seriamente que los otros sintieron que sus risas desentonaban.

-     Y usted, ¿por qué no pide las tres cosas? – preguntó Herbert White.

El sargento lo miró con tolerancia.

-     Las he pedido  – dijo, y su rostro curtido palideció.

-     ¿Realmente se cumplieron los tres deseos? – preguntó la señora White.

-     Se cumplieron  - dijo el sargento.

-       ¿Y nadie más pidió?  – insistió la señora.

-     Sí, un hombre. No sé cuales fueron las dos primeras cosas que pidió; la tercera, fue la muerte. Por eso entré en posesión de la pata de mono-.

Habló con tanta gravedad que produjo silencio.

-          Morris, si obtuvo sus tres deseos, ya no le sirve el talismán - dijo, finalmente, el señor White - ¿Para qué lo guarda?-

El sargento sacudió la cabeza:

-   Probablemente he tenido, alguna vez, la ida de venderlo; pero creo que no lo haré. Ya ha causado bastantes desgracias. Además le gente no quiere comprarlo. Algunos sospechan que es un cuento de hadas; otros quieren probarlo primero y pagarme después- .

-   Y si a usted  de le concedieran tres deseos más- dijo el señor White-, ¿los pediría?-

-     No sé - contestó el otro- No sé- .

Tomó la pata de mono, la agitó entre le pulgar y el índice y la tiró al fuego. White la recogió.

-     Mejor que se queme- dijo con solemnidad el sargento.

-     Si usted no la quiere, Morris démela-.

-       No quiero –respondió terminantemente-. La tiré al fuego; si la guarda, no me eche las culpas de lo que pueda suceder. Sea razonable, tírela-.

[…]

El señor White guardón en el bolsillo la pata de mono. Invitó a Morris a sentarse en la mesa. Durante la comida el talismán fue, en cierto modo olvidado. Atraídos, escucharon nuevos relatos de la vida del sargento en la India.

-       Sí en el cuento de la pata de mono hay tanto verdad como en los otros- dijo Herbert cuando el forastero cerró la puerta y se alejó con prisa, para alcanzar el último tren-, no conseguiremos gran cosa-.

-     ¿Le diste algo?- preguntó la señora mirando atentamente a su marido.

-       Una bagatela- contestó el señor White, ruborizándose levemente,- No quería aceptarlo, pero lo obligué. Insistió en que tirara el talismán-.

-     Sin duda – dijo Herbert, con fingido horror-, seremos felices, ricos y famosos. Para empezar tienes que pedir un imperio, así no estarás dominado por tu mujer-.

El señor White sacó del bolsillo el talismán y lo examinó perplejamente.

-          No se me ocurre nada para pedirle- dijo con lentitud- Me parece que tengo todo lo que deseo-.

-          Si pagaras la hipoteca de la casa sería feliz, ¿No es cierto?-

El padre sonrió avergonzado de su propia credulidad y levantó el talismán; Herbert puso cara solemne, hizo un guiño a su madre y tocó en le piano unos acordes graves.

-          Quiero doscientas libras- pronunció el señor White.

Un gran estrépito del piano contestó a sus palabras. El señor White dio un grito . Su mujer y su hijo corrieron hacia él.

-          Se movió- dijo mirando con desagrado el objeto y lo dejó caer-, se retorció en mi mano, como una víbora-.

    Extracto del relato La Pata de Mono. (W.W. Jacobs).

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