lunes, 13 de septiembre de 2010

Rebelión a Bordo

Mucho se ha escrito sobre la película "Rebelión a bordo" de Lewis Milestone. Curiosamente la crítica no duda en minusvalorarla. La condenan ya sea en base a los problemas de rodaje y cambios de dirección creados y provocados por Marlon Brando o en base a ñoñerías nostálgicas: tan propias del gremio de los críticos de cine. Sea como fuere, bajo mi punto de vista la "Rebelión a bordo" de 1962 es la mejor de las tres adaptaciones que, hasta la fecha, se han realizado de la historia de la travesía del HMAV Bounty.

Aún es objeto de discusión qué ocurrió en la Bounty y cuál fue la razón por la que Fletcher Christian se amotinó contra su amigo y capitán el teniente de navío William Bligh. Sea la causa la brutalidad o ruindad de Bligh o la lujuria de Christian y los suyos, lo que resulta claro es que se trata de una aventura notable. Una aventura tan notable que ha sido objeto de tres grandes producciones.

La razón por la que prefiero la versión que tiene por protagonistas a Marlon Brando (Christian) y Trevor Howard (Bligh) es la más trascendente de todas. La historia que en ella se cuenta no aspira a otra cosa que representar una contienda moral entre el bien y el mal. Una lucha maniquea entre un bien y un mal que se muestran en franca relatividad. Una lucha entre un Bligh, hecho a sí mismo, obsesionado con el deber y la disciplina y un Christian, aristocrático, embriagado de amor propio. La pugna entre ambos es la pugna entre dos formas de mal que, según las apariencias, comportan la lucha por un bien. Y este es el objeto fundamental de la película.

En la versión de Milestone todo se subordina a la contienda moral entre la tiranía y la libertad. Es por esto que en muchos aspectos se trata de la versión menos fiel a la auténtica historia de la Bounty. Sin embargo la propia idea que la gente tuvo siempre respecto a la Bounty fue esa: Bligh era un malvado que llevó al extremo a su tripulación y ésta se amotinó. Es posible que no sea cierta, pero no es menos cierto que Bligh, quien llegó a vicealmirante, tuvo a lo largo de su vida que enfrentarse a más motines entre sus hombres. Una interesante correlación. Sin embargo el Bligh de la versión de Milenstone es una caricatura, igual que Christian. Porque en la Bounty sólo murieron dos tripulantes bajo el mando de Bligh y ninguno de ellos por causa de sus órdenes: por un lado murió el médico, alcoholizado, y por otro un hombre que contrajo fiebres. Lo cual significa que es falso que Bligh ejecutase a alguno de sus hombres. Ni siquiera parece cierto que Bligh repartiese latigazos con fruición entre la tripulación, como mantiene la película. No, no hay una precisión histórica. Dicha precisión se alcanza, más o menos, en el film de 1.984 de Roger Donaldson, pero eso no interesa. Lo interesante es la aventura y no desmitificarla. Tampoco resiste la comparación, por su evidente  moralina, la versión de 1.935. Porque sostener que la versión de Frank Lloyd es mejor que la de Milenstone es el típico caso en que la naftalina es confundida con el oro. Pues aún aceptando la inocencia del cine de por entonces la película descansa exclusivamente sobre los hombros de Charles Laughton. Un Charles Laughton que interpreta mejor que nadie a Bligh porque él mismo era una suerte de Bligh en la vida real: un reprimido que disfrutaba insultando y humillando a quienes le rodeaban.

La interpretación que Marlon Brando hace de Christian es simplemente genial. El grado de arrogancia y presunción de que dota al personaje hace de él algo inolvidable. Tanto, de hecho, que importa de nuevo muy poco que el personaje sea una caricatura, un epónimo alejado de la realidad histórica a la que se acercaban mucho más Clark Gable o Mel Gibson en sus versiones. Su oposición a Bligh es inmediata, racial: él interpreta a un hombre de elevada cuna que se une a la expedición de la Bounty casi como quien se va de crucero o, en palabras del personaje, como fruto de "un proceso de eliminación". Bligh, sin embargo, es un hombre salido de la marinería, un hombre de mar con semejante sentido del deber que sólo aspira a que sus hombres le teman "más que a una muerte instantánea"

El almirantazgo pide llevar el árbol del pan de la muy lejana isla de Tahití hasta la no menos lejana isla de Jamaica. Christian se pregunta inmediatamente si importa mucho llevar "unos matojos" a Jamaica, Bligh sin embargo no duda: la misión está por encima de cualquier otra consideración. De ahí que intente forzar la ruta del Cabo de Hornos, sin éxito, y finalmente se desahogue del fracaso exigiendo un rendimiento extremo a sus marineros: algo que consigue administrando severos castigos y reducciones en las raciones. Christian considera todo eso un exceso pero no le perturba en tanto la sangre no salpique su uniforme. A raíz de esto vendrá el motín: Christian se rebela sólo cuando Bligh, reprobando una insubordinación de Christian, termina propinándole una patada. Y es en este momento del motín en que el guión del filme llega a cotas elevadísimas. Bligh, impasible, desprecia la rebeldía de Christian mientras éste se debate entre la idea de lincharle y la de, con toda tranquilidad y educación, apearle del buque dejándolo a la deriva en un bote. La escena del motín no es un trámite ni un momento caótico, es literatura en imágenes: cada línea de guión, oro puro.

Muchos tripulantes respiran con alivio tras abandonar a Bligh a la deriva, sólo se lamentan por no haberle matado. Christian, aristócrata, tenía una posición que con su rebeldía ha perdido para siempre y se siente perdido. Al emprender la búsqueda de un refugio al frente de sus piráticos camaradas él es el único en mostrarse apenado. Los marineros, inconscientes, se sienten alegres de perder de vista la disciplina y humillaciones de Bligh y hablan de libertad. Christian sin embargo sabe que ahora están libres de Bligh pero no de la venganza que desatará. Así, Christian se lamenta: "hice lo que hice porque me lo dictaba el honor y ese pensamiento me consuela". No quería el bien de nadie, no quería justicia para la marinería, que concebía como una curiosidad transgresora, sino que se rebeló exclusivamente contra un inferior social que le faltaba al respeto: Bligh. Un curioso revolucionario que, en cuanto tal, no tendría un fin distinto del de tantos otros: muerto por causa de sus camaradas más radicales. Unos camaradas que, como el propio Christian, dejaron su huella.

"Rebelión a bordo" constituye una severa crítica a un ser humano que está condenado a debatirse entre unas miserias y otras. Una realidad en la que, al modo de la fábula de Mandeville, el mal privado puede convertirse en un bien colectivo y, añado, viceversa. ¿Cuántas revoluciones se han librado en nombre de las más elevadas causas por los más bajos motivos?

Los caminos del hombre son inescrutables.

"Y dele usted las gracias al Diablo, que es quien le protege, de no haber logrado hacer de mi un asesino" Fletcher Christian.

No hay comentarios:

Publicar un comentario