lunes, 27 de febrero de 2012

Los premios Oscar 2012

Ayer le dieron los principales premios Oscar a "The Artist", una película muda. La primera película con sonido completamente sincronizado fue exhibida en el año 1923 y el cine sonoro en general se impuso totalmente en los años 30. Muchos de los profesionales que tenían éxito en el cine mudo no pudieron adaptarse al nuevo medio, tamaña era la diferencia. Una decadencia que fue tratada, por ejemplo, en la película "El crepúsculo de los dioses" (1950). Ahora, la academia que más representa al cine contemporáneo, la norteamericana, premia con sus mayores galardones a un film sin diálogos (que no enteramente mudo). ¿Qué ocurre?

La realidad de los premios del cine no puede ser extraña a lo novedoso y a las modas. Un hecho que se traduce en que ocasionalmente los Oscar hayan ido a parar de forma abrumadora a películas que, objetivamente, no merecedoras de tantos premios (ejemplos recientes son "Titanic" o "El retorno del Rey"). Pero en otras ocasiones se conceden Oscar a películas que de ninguna manera lo merecerían y por muy obvias maniobras de marketing o tics pedantes llamados al sonrojo futuro. Entre las primeras recordemos "Slumdog Millonaire" o "Little Miss Sunshine" y entre las segundas podríamos encuadrar, precisamente, a "The Artist".

Imaginemos que alguien realizase un western "a la vieja usanza", con todos los tópicos del cine del oeste presentados en su más ingenua versión. ¿Qué pensaría el público? ¿Merecería el Oscar? Según el criterio de ayer, sí. Porque "The Artist" es una película muda que juega con los elementos que, claro, son característicos del cine mudo (la sobreactuación de los protagonistas, básicamente). Algo que inmediatamente supone el equivalente a presentar un cuadro minimalista en una exposición de paisajes y decir que es el paisaje más bonito. El cine está vivo, se mueve, progresa. Por esto no puede volver sobre sus pasos en aspectos básicos como es el sonido y que esto se considere digno de premio. Es más bien una cara travesura que en condiciones normales debiera representar el gusto de una minoría. Pero el Oscar no debiera ser un premio para minorías ni para publicitar insulsas pedanterías.

Injustos, si no absurdos, pues, los Oscar dedicados a "The Artist", aunque es preciso señalar que no estamos en un año precisamente fecundo en títulos relevantes. Las principales favorita a los Oscar son una escala de mediocridad. "Los descendientes", ya analizada aquí, es puro mal hacia el espectador, "La invención de Hugo" parece un caramelo envuelto en 3D y "War Horse" es simplemente una entretenida obscenidad. Sólo se salva, en un segundo plano, "Midnight in Paris", una travesura encantadora del mejor Woody Allen en años o "El Topo": una película muy lograda, completamente asfixiante y con una genial interpretación de Gary Oldman.

Ya el año pasado se estuvo muy cerca del desastre de conceder un Oscar a una película que era un vulgar auto-remake ("Cisne Negro" de Aronofsky es descarado un remake para el gran público de su película previa "Pi: fe en el Caos"). Este año se ha optado por, como dijo alguien ayer, "un anuncio de Freixenet de hora y media", "The Artist". Parece que a cada año que pasa el talento, la brillantez y las historias originales se desplazan más y más hacia las producciones de la televisión privada estadounidense.

De la gala de entrega de premios poco puede decirse, salvo que el presentador, Billy Crystal, parece haber sido devorado por el botox y los injertos de pelo (el buenazo tiene más pelo ahora que en los años 80...). El cine pertenece al universo de las apariencias, claro. Divertido el momento en que Cristopher Plummer, premiado como actor secundario, se dirigió a la estuatilla diciendo que ella tan sólo tenía dos años más que él: 84 años.



"Una película de éxito es aquélla que consigue llevar a cabo una idea original" Woody Allen.

viernes, 3 de febrero de 2012

John Edgar

Esperaba la última película de Eastwood con mucho interés. Viéndola, me quedaron sensaciones parecidas a las que sentí al ver "El intercambio". Al igual que en aquélla, en "J. Edgar", Eastwood se deleita mostrándonos una historia trágica de principio a fin. Estamos ante una película oscura, negra como la noche.

Igual que la "Enemigos públicos" de Michael Mann, la película de Eastwood no se centra en los aspectos históricos del que, a priori, sería un film fuertemente relacionado con la historia contemporánea de los Estados Unidos. Va de otra cosa. No llegando a los extremos de pretenciosa vaciedad de Mann, Eastwood realiza un retrato relativamente arriesgado del fundador del F.B.I. Arriesgadísimo, a priori, siendo Eastwood un director que no pertenece a ninguna minoría racial o no es oriundo de ningún país del tercer mundo. Requisitos estos últimos que parecen completamente necesarios para poder realizar películas sobre el autoritarismo. Es el caso, por ejemplo, de Fernando Meirelles (Ciudad de Dios), Antoine Fuqua (Lágrimas del Sol) o José Padilha (Tropa de Elite): todos ellos han realizado obras que consituían un retrato sin condenas morales, o directamente una apología, del autoritarismo y que fueron saludadas como comprometida "crítica social". De haberlas realizado un director anglosajón o europeo no caben demasiadas dudas de que "neocolonialismo", "racismo", "nazismo" o "fascismo" serían los términos que predominarían en las críticas sobre esas mismas películas. Dejando esto aparte, creo que Eastwood no montó la película que tenía inicialmente en mente, se ha quedado a medio camino. O lo que es lo mismo: Eastwood no se atrevió a llevar hasta sus últimas consecuencias el mostrar la vida de John Edgar Hoover desde el punto de vista exclusivo del personaje a todo lo largo del desarrollo de la película.

Edgar Hoover representó para la historia de EEUU el papel del Fouché de la Francia de principios del siglo XIX: un ser luciferino que mediante el control de toda clase de secretos y malas artes consiguió mantenerse siempre a la sombra del poder imperante. La creación del FBI, un hito histórico notable, no puede excluir el carácter diabólico de Hoover: un tipo que maduró al calor de la represión policial de los movimientos anarquistas que azotaron a los EEUU en las primeras décadas del siglo XX (una represión de la que ofrece el punto de vista exactamente contrario la inquietante película "Sacco y Vanzetti" de 1.971). Hoover era un tipo para los tiempos de guerra que, al igual que el mítico general George S. Patton, fue incapaz de cambiar su mentalidad frente a los cambios sociales. Eastwood intenta explicarse, explicarnos, cómo Hoover llegó a ser tan eficaz como luchador, como destructor, por qué odiaba tanto. Carlos Boyero dijo a este respecto: "'Edgar' me parece muy aburrida, pretendiendo hacer complejo a un individuo siniestro, olvidando una parte notable de sus abyectas actividades". Y es que, en efecto, la apuesta de Eastwood por "explicar" a Hoover necesariamente puede lindar con "justificar" a Hoover. Algo que a mi juicio llevó a Eastwood a traicionar el punto de vista del personaje una y otra vez a lo largo de la película, dejando ver que era un mentiroso y un manipulador sin escrúpulos de forma demasiado evidente para los objetivos de la película. Porque es evidente que existe un amago de "giro argumental" en el final de la película. Un "giro" que apenas sorprende, que queda sin fuerza, a la vista de la notable vileza reflejada en el carácter de Hoover a lo largo de la película. Quedará para la imaginación un montaje más arriesgado, en que se nos mostrase como certeza o verdad la concepción del mundo de Hoover, sin caer en paródicas reiteraciones (reto al lector a contar las veces que el personaje interpretado por Di Caprio pronuncia la palabra "agitadores").

Capítulo aparte merece el aspecto más polémico del film. Y no me refiero a las escenas sobre la reprimida homosexualidad de Hoover (incluído el tema del travestismo: que por cierto es el hecho imputado a Hoover que arraigó con más fuerza en la memoria colectiva estadounidense), que ha enfadado a quien debía enfadar, sino al maquillaje. Un maquillaje que si bien con el personaje de Hoover resulta a ratos aceptable, en el caso de otros personajes resulta simplemente grotesco: propio de una de esas películas de terror de serie B. Se hace muy difícil contemplar algunas escenas, teóricamente dramáticas o incluso trágicas, sin casi soltar una carcajada ante las montañas de látex en la cara de los personajes. No obstante, al reflejar la película diversas épocas del siglo XX pero todas ellas relativamente próximas, optar por diferentes actores hubiese podido resultar francamente peor. Cosa ésta última que resulta clara, por ejemplo, en la por otra parte genial serie española "Crematorio", en la que debemos creer que en un período de apenas 12 años el personaje de Rubén Bertomeu pasa de tener este aspecto a tener este otro. Si se cuenta con un actor joven, como Di Caprio, mejor el látex.

En definitiva: "J. Edgar" se suma a la larga lista de películas del "lo que pudo ser y no fue". Una historia interesante, sacrificada a un esfuerzo por explicar las motivaciones de un personaje que Eastwood traiciona a todo lo largo del film. Es por esto que "J. Edgar" transmite esa sensación de resultar mortalmente aburrida: porque renuncia a la historia de John Edgar Hoover para aparentemente muy poca cosa.




"El diablo es optimista si cree que puede hacer más malvado al hombre." Karl Kraus.