Recientemente se estrenó la última película de Woody Allen: "A Roma con amor". Dicha película sigue en la línea del resto de vacaciones europeas de Allen: mostrar un recorrido cuasi-turístico con la excusa de un argumento que va surgiendo sobre la marcha.
Se suele decir que los que son fans de Woody Allen se reirán con cualquier chiste que éste haga, sea bueno o malo. En mi opinión, Allen ha realizado muchas películas sin ninguna gracia. No es el caso de "A Roma con amor", pero hay algo más preocupante en el conjunto. Porque si bien "Midnight in Paris" era una curiosa historia, "A Roma con amor" no es más que una acumulación de ocurrencias, con "películas dentro de la película". Se aprecia así, por ejemplo, una terrible divergencia de escala temporal entre las historias: porque por un lado se nos muestra el día de una pareja de recién casados pero por otro se muestran dos historias que parecen desarrollarse a lo largo de días o incluso semanas. A raíz de esto, la película no parece del todo bien ensamblada. Es una gamberrada. Una gamberrada, eso sí, con unas bellas vistas de Roma.
En esta película, claro, destaca la reaparición como actor de un Woody Allen con 76 años de edad. Sigue interpretando bien el papel de cascarrabias, con sus ocurrencias y su característica obsesión con la muerte. En esta ocasión tiene varios diálogos con destellos del viejo humor de Allen, pero, como otras veces, lo que al principio hace gracia se alarga demasiado. Da la sensación de que las aceleradísimas producciones de Allen a veces surgen de chistes y ocurrencias puntuales que luego son alargadas hasta conseguir una nueva película. Y en ocasiones, el efecto resulta muy pobre mientras en otras, parece bastante mejor.
Aún con el peligro de que se me califique de beato, prefería al Woody Allen de los comienzos. Un director que representaba farsas con momentos de cámara rápida y organillo con el telón de fondo de la crítica social. Porque donde antes veíamos una ácida crítica social, ahora sólo vemos puras exhibiciones de libertinaje y críticas a la familia tradicional. En "A Roma con amor", al igual que en "Si la cosa funciona" (2009), de nuevo vuelve la más desenfrenada infidelidad conyugal a ser protagonista de casi todas las historias. Este hecho sin duda tiene mucho de justificación autobiográfica del propio Woody Allen. Algo parecido, salvando las distancias, a lo que pretendió Elia Kazan al rodar "La ley del silencio".
Cabe destacar que entre los protagonistas vemos a un Roberto Benigni en su único registro conocido: el de la performance de payaso vociferante. A Penélope Cruz, como en tantas y tantas de sus películas, haciendo de mujer de moral dudosa marcando trasero. Un Alec Baldwin haciendo de una especie de voz en off del joven Jesse Eisenberg encarnada con la que, inexplicablemente, interactúan otros personajes. El mencionado Eisenberg (que con casi 29 años tiene la joroba de una persona de 80 años) sigue en su habitual registro de joven repelente; que interpreta a un estudiante de arquitectura que vive como un yupi parasitario en el Trastevere junto a su novia que se ve tentado por una amiga de ésta. Dicha amiga aparece interpretada por la andrógina Ellen Page, que interpreta convincentemente el papel de pedante farsante tantas veces criticado en los filmes de Allen, pero que resulta increíble en el papel de devora hombres.
En resumen, "A Roma con amor" resulta un pasatiempo, pero sus mensajes subyacentes, como viene siendo habitual en Allen, son bastante reprobables. Debe decirse que Woody Allen ha pasado de verse a sí mismo como un contestatario judío neoyorkino, generalmente un don nadie, a verse como un adinerado en permanentes vacaciones. Algo que ha supuesto, inevitablemente, que Woody Allen perdiese al menos la mitad de su fuerza original, convirtiéndose en mero crítico de las personas y sus relaciones, en lugar de crítico de la sociedad.
"Dios ha muerto, Nietszche ha muerto y yo no gozo de buena salud." Woody Allen