Muchas películas, muchos directores, se aproximan a los malvados de su historia como quien contempla a un demonio enviado desde el infierno. Meros ejecutores automáticos de lo que les dicta su naturaleza malvada, aparecen siempre en contraste con personajes buenos sin demasiados matices. En "La red social", de David Fincher, los malvados que aparecen son simplemente gente con intereses, como cualquiera de nosotros. El mal es banal. El mal es dejar de prestar consideración a tus amigos, el silencio a quien espera tu confianza y, por supuesto, el engaño sobre esto o aquello en cuestiones aparentemente sin importancia. Es el cinismo. No hay necesidad de cuernos y rabo u hordas de oscuros servidores: el Diablo camina entre abogados.
Lo cierto es que tras ver la película de Fincher a uno se le pasa por la cabeza borrarse de Facebook. Porque quien ha creado el invento, según el filme, es una persona sin escrúpulos: un amoral. Una persona que nos encontramos en muchos ámbitos, por otra parte. Se trata del clásico individuo que sin llegar a ser solitario sí es incapaz de conectar con nadie y, en cierto modo, sabotea sus propias relaciones con los demás para "ir a su aire". Un informático que, por lo demás, en un momento y lugar diferentes a los EEUU del 2003 sería un potencial fracasado. Pero ya se sabe: los astros a veces se alinean de forma siniestramente favorable a esos fracasados.
La red social narra la historia desde tres puntos de vista, fundamentalmente: el del propio creador de Facebook (Mark Zuckerberg), el de quien se creía su mejor amigo (Eduardo Saverin) y fue financiador inicial del proyecto y finalmente el del grupo de estudiantes ricos de Harvard que encargaron a Zuckerberg el crear una red social para sentirse luego estafados. El más interesante, bajo mi punto de vista, es el de Eduardo Saverin: una persona ambiciosa pero honesta que se ve terriblemente traicionada, y desplazada, por un Zuckerberg que decide asociarse con el creador de Napster Sean Parker. Es interesante el punto de vista de Eduardo porque todos en algún momento de nuestra vida nos hemos sentido traicionados, poco a poco, por las personas que creíamos de confianza. Al personaje de Saverin su amigo Zuckerberg le hace tragar poco a poco el veneno de su traición. Saverin, incrédulo, caerá en todas y cada una de las emboscadas que le tienda su amigo. Cuando finalmente toma conciencia del alcance de la estafa de que fue víctima su reacción todavía busca una reacción en el gélido Zuckerberg. Quiso ver en Zuckerberg un amigo, hasta el final: su engaño fue total. No hay pactos entre leones y hombres.
La persona que Fincher sugiere que es Zuckerberg podría resultar fascinante por su naturaleza maquiavélica. Algo que ocurría con Michael Corleone en la trilogía de El Padrino y con tantos otros malvados del cine. Sin embargo en Zuckerberg tenemos, en realidad, a un don nadie bastante poco admirable. Pero en la era de Internet, tal y como estamos viendo estos días, los héroes no son caballeros de reluciente armadura.
La revolución de Internet no es diferente, al final, de otras tantas. Las características de los emprendedores en los sectores de actividad económica suelen ser similares a las de Zuckerberg. Algo lógico dado que los nuevos procesos económicos necesariamente preceden a cualquier legislación y la lucha por la cuota de mercado es, en consecuencia, relativamente brutal. Y así se muestra en la película: donde Zuckerberg mediante tretas legales, abogados y oportunas lecturas acerca de los vicios de quienes le rodean consigue quedarse con todo y ser el indiscutible dueño de Facebook. Pero la diferencia del caso de Zuckerberg es que todo eso lo consigue sin apenas mancharse las manos: algo que le diferencia de los barones ladrones de las nacientes industrias del acero, los ferrocarriles o el petróleo. Y he ahí la diferencia respecto a un Michael Corleone o al despiadado Daniel Plainview, genialmente interpretado por Daniel Day-Lewis, de "Pozos de ambición". El componente físico, torcidamente heroico, de la construcción de los antigüos emporios económicos se desvanece y es sustituído por estrategias legales en forma de e-mail. Como diría Arturo Pérez-Reverte, ahora la pugna por el control de industrias en expansión es una mariconada. Y algo en nuestro interior, algo acaso salvaje, nos dice que es verdad: que Michael Corleone es un tipo listo que busca proteger a su familia (otro elemento ausente en Zuckerberg) mientras que el creador de Facebook es un hijo de puta. Se trata de turbocapitalismo.
Zuckerberg, evidentemente, no mata a nadie. Pero sin embargo se trata de alguien aterrador, en cierto modo, porque se trata, según la película de Fincher, de esa clase de personas que saben leer perfectamente los puntos débiles de los demás y van siempre una jugada o dos por delante de tí. Un personaje despreciable que me recordó mucho al Freddie Miles, interpretado por Philip Seymour Hoffman, de "El talento de Mr. Ripley": un personaje cínico y amoral que veía transparente al personaje de Ripley. Y el Zuckerberg de La red social sin duda ve transparentes a las personas y las manipula con el mismo cargo de conciencia que el científico que experimenta con ratas.
La red social es la película más conmovedora, en lo trágico, que se ha realizado en bastante tiempo. Es un contundente golpe en el estómago. Zuckelberg, por su parte, es el villano más indignante llevado al cine, también, en mucho. Si la váis a ver saldréis del cine, seguramente, con remordimientos por estar en Facebook. Se trata, en definitiva, de la critica al capitalismo salvaje más elocuente realizada en el cine hasta la fecha: sin moralina en vena ni intenciones ideológicas groseras. Os la recomiendo encarecidamente.
"La ambición suele llevar a los hombres a ejecutar los menesteres mas viles: por eso para trepar se adopta la misma postura que para arrastrarse". Jonathan Swift.